El inició de todo. Nacer es el comenzar a aprender a caminar por este camino al que llaman vida. Cada paso que doy, por más grande o pequeño que sea, se quedará conmigo por siempre.
La primera palabra, el primer gesto, el primer recuerdo; inicia mi familiarización con este mundo desconocido por medio de los objetos más simples y las personas más cercanas.
Soy nueva en las normas sociales, me dicen cuando tengo que saludar, que cosas debo decir y cuando sonreír. Mi fiel compañero es un pedazo de tela con relleno de algodón, es el único que nunca puede decirme que hacer.
Yo y el mundo somos uno mismo, me gustan las cosas que dicen que me deben de gustar: los aretes, las diademas, los collares y el color rosa. También hay cosas que no me deben de gustar, en especial los bichos y alimañas, como los ratones o los niños.
Todo comienza a cambiar, de nuevo desconozco a este concepto que llaman vida. No veo la hora de crecer para encontrar respuestas a mis incógnitas y que mi voz se escuche tan alto como pueda.
Creo que he formulado de nuevo una definición de lo que es vivir, pero debo confesar que es más confusa que la primera, ya que ahora tengo más libertades sobre lo que digo y pienso, pero siempre me limito por lo que pensarán los demás de mis acciones.
Si me preguntas qué es la vida, puedo definirlo en una sola palabra: Yo. Soy segura y confiada sé que es lo que quiero y no puedo esperar que llegue la hora de poder alcanzarlo.
Admito que a veces soy débil y me dejo guiar, porque ahora suelo dudar que el mundo solo gire a mi alrededor.
Tenía razón, el mundo no gira alrededor de uno, sino de dos. Dos es el número mágico que da equilibrio a todo y es el número que hace palpitar mi corazón.
¿Decía dos? ¿Qué les parecen cuatro? Dar vida es lo mejor que me ha pasado, sin importar que ahora mi nombre se ha quedado en el olvido y ya solo respondo a la palabra más hermosa del mundo: mamá.
Ya no siento como pasan los años, solo los puedo ver reflejados en mis hijos, para mí es como si el tiempo se hubiera detenido.
Mi peor enemigo, la llamada menopausia, me recuerda que ya no tengo treinta. Pero mi abanico sostenido por un guante de encaje blanco hacen que siga fuerte, luchando ante esta advertencia de que el tiempo sigue caminando aunque yo me niegue a aceptarlo.
Tarde o temprano sabía que viviría con un pastillero en la mano, una tiene que aceptar que es vieja cuando comienzan a llamarla abuela. Pero lo tomo con filosofía; la vejez es sinónimo porte y elegancia clásicas, las cuales represento con un collar de perlas aún más largo del que usaba hace tiempo.
No es resignación, es humildad y aceptación. Veo ya a la muerte como una compañera con la que no tengo miedo de encantarme, sobretodo después de que se llevó a la otra mitad de mi corazón.
Nos encontramos compañera mía y te recibo con una sonrisa, ya que solo en el momento en el que te conocí pude entender el verdadero significado de lo que llamamos vida. En un suspiro me he desvanecido y confieso que nunca me había sentido tan tranquila.
El video fue hecho por una gran amiga Gisela Ceja.
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